Usa su buen oficio de dibujante, diseñador gráfico, calígrafo y pintor para crear espacios donde crece, más que el arte, la dimensión estética, esa plenitud gozable y sufrible en la intersección de la lengua y las hablas, los sistemas de signos y las escrituras diversas.
Omar Gasca ofrece pequeños y habituales libros-objeto, los despliega, les inserta alusiones gráficas de rica variedad sígnica. Salta la magia como debe ser, como apropiación de las relaciones entre las cosas, irreductible al racionalismo productivista. Nueve-caracol-armonía es, por ejemplo, triada compleja para dar fe al universo.
Del universo como acontecimiento sabemos por creadores como Omar: alerta vigía que nos grita, sin mucha estridencia, el inminente arribo de la belleza como plenitud de relaciones entre lo existente, no por imposible y soñado menos necesario.
También a los susurros de sus maravillas hay que atender, porque en ellos está la clave de la resonancia más allá de la objetividad libresca que no es más que pretexto estético.
En la lucha actual contra el eurocentrismo en la que estamos empeñados pueblos enteros y sus dos que tres intelectuales, cuentan quienes como Omar Gasca recuperan la unidad entre matemáticas, física y placer en el racionalismo productivista. Quiero terminar, pasado ya del tiempo mínimo que me dieron, como si de programa de Nino Canún se tratara esto, o de Rolando Cordera que para el caso es lo mismo, hacer una pequeñísima y brevísima lectura de este maravilloso librito, que no por su pequeñez física se opone a la grandeza de lo que trae, que se llama máquina para comprobar a Newton. Yo tenía aquí apartado algo, pero Teresa del Conde ya me lo perdió. Pero bueno, al asar lo abro en la tercera ley de Newton que es la acción y la reacción. La ley de Newton, que todos ustedes saben por supuesto, dice “ A toda acción corresponde una reacción igual y de sentido contrario” Añade Omar: “falso, nadie cree hoy en las siguientes frases: el que persevera alcanza, estudia y triunfarás, no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti. Por otra parte, ninguna reacción puede corresponder a ninguna acción; la reacción no es admisible. Experto en la ironía, amo de la palabra y de otros sistemas de signos, creo que Omar nos ofrece esta posibilidad placentera de gozar con la matemática y con sus posibilidades de realización natural, pero también en los algorismos a los que ha dado lugar. Ya no explico esto, sino aquí lo dejo para que sigan mis compañeros de mesa.
Nina Crangle, sobre el libro Todo pasa
Lo que queda de Gasca
Nina Crangle
En esta reunión de textos,publicados e inéditos, escritos con la intención y el
tono que exigen una conferencia, un artículo o un libro, aparecen muchos de los temas que signan nuestro tiempo y que de ninguna manera son ajenos al mundo
del arte, aquel que su autor distingue como tal. La paradoja es mayúscula
cuando nos atrevemos a ver que la actual “sociedad del conocimiento” se debate entre un desenfrenado avance científico-tecnológico y la inminente catástrofe ecológica globalizada. Entre estas antípodas transcurre el discurso de Gasca; no se requiere estar familiarizado con su obra para percibir que el suyo es también un llamado a la concientización, sí, aunque desesperanzado. Las palabras de Lipovetsky evocadas en la última página son reveladoras, una suerte de respuesta a la interrogante final planteada por el autor, “¿Nuestro tiempo?”: Vivimos en la indiferencia pura, todo nos da igual, no podemos cambiar nada, nos asentamos en nuestro yo y nos olvidamos del yo social. Lo peor, es que ni siquiera
nos importa saber que pasamos de todo. La convicción del sociólogo francés deviene en epílogo de Todo pasa, y no es casual la elección de
Omar. El autor de La era del vacío, entre tantos otros temas de las sociedades
contemporáneas (occidentales), se ocupa del arte producido en una cultura cada vez más proclive a transformarlo todo en mercancía. Y esta es una de las constantes que más inquietan a Gasca y en la que profundiza en este conjunto de escritos. La pertinencia de la obra artística no escapa a sus reflexiones; para
él, el arte subsiste entre el desinterés del público (más preocupado por
procurarse otro tipo de satisfactores) y lo que llama “la inercia de la crítica”. No duda cuando habla de la función social de la crítica: conlleva un juicio de valor, un pronunciamiento. Para Gasca, quien la ejerce a cabalidad, esto no es novedad. Sí lo es para nuestro medio local en general, sobresaliente por la autocomplacencia
y el cómplice silencio. “No muchos artistas cuestionan la crítica cuando
ésta les es favorable”, nos dice. ¿Pero qué tal cuando ocurre lo contrario? Muy pocos son los que se pronuncian por tal o cual acción, por tal o cual producto social. Aunque esta edición ( preparada por la Facultad de Artes Plásticas de la UV) fue concebida inicialmente para un público lector reducido,
como lo es el de los estudiantes de arte, su trascendencia va más allá del contexto universitario; es un libro que puede aspirar a una presencia mucho más abarcadora. Etiquetarlo como “libro de texto” sería poco justo y hasta desdeñable para el autor. Sin embargo, es importante reparar que Gasca pensó en estos jóvenes discípulos por más de una razón: son artistas incipientes cuya formación depende de una entidad académica, impersonal y limitada. Gasca, como el buen maestro rilkeano que es, glosa al lector todo lo que considera será de su interés y
motivación. Su perdurable y añeja vocación de crítico –uno de los más reconocidos y acreditados del medio cultural mexicano, con cierta familla de rijoso
(en sus tres acepciones)– y su trayectoria docente, se traslucen con hondura en Todo pasa. Atento lector de Foulcault, Deleuze, Derrida, Bataille y el propio Lipovetsky, sus maestros, Omar sabe que la ausencia de crítica y autocrítica en
una sociedad o sector (académico, estudiantil, artístico...) conlleva el riesgo de
un gran peligro, el de la uniformidad, propia de los regímenes totalitarios. Esa es la
diferencia entre aquellos que llamamos maestros y los otros, los simples profesores; estos últimos te coaccionarán a que vistas de azul Mao incluso fuera de las aulas. Nunca en la historia el ejercicio de la crítica ha destruido una civilización, antes al contrario. La homogeneidad y la corrupción, aunque ilustrada o tecnócrata, sí. El maestro Gasca lanza aquí verdades como puños acerca de la realidad artística nacional, ajena casi siempre al estudiante universitario; con la misma puntería, señala fallas y debilidades de la enseñanza del arte en las facultades y del ámbito académico, estigmatizado por una doble moral y un conformismo mediocre. Esto bien se aplica a cualquier otra disciplina desarrollada en un salón de clases. No es extraño entonces que el autor provoque con frecuencia cierta incomodidad en los espacios en que ejercita el tiro al blanco.
Este no es ni será nunca un manual convencional, la atemporalidad y alcance de su contenido poseen notable vigencia, luminosidad pertinente. Su aparición en un coto preeminentemente estudiantil, cuya edición requirió del trabajo de algunos maestros y alumnos, le confiere un sello muy especial: nos
dice que se trata del libro de un auténtico creador y nos recuerda que la
esperanza, hoy más que nunca, la debemos propiciar. Todo pasa es el antídoto
perfecto que todo estudiante necesita para enfrentar el poder omnímodo del profesorado y las estrecheces de la educación pública, pero también para labrarse con conocimiento de causa su propio camino, el de la soledad que el arte impone.
Omar Gasca, Todo pasa. Prólogos
de Fernando de Ita, Felipe Ehrenberg y
Manuel Velázquez. Facultad de Artes Plásticas,
Universidad Veracruzana, México,
2008. 174 pp.